El bullying
es un tipo de acoso moral, físico y sexual que se da principalmente en niños y
jóvenes en edad escolar de manera reiterada, este tipo de violencia es
proporcionada por
la búsqueda de reconocimiento, atención y aceptación que requiere
el agresor por parte de
su entorno. La violencia escolar es una forma de
canalizarse socialmente, materializándose
en un mecanismo de regulación del
grupo en crisis conocido como ‘’chivo expiatorio’’. Este
consiste básicamente
en destruir al que no es seguidor, al que se resiste, al diferente, al
que
sobresale académicamente, etc. Pero también estas agresiones de presentan de
manera mucho más explicitas cuando no existe una autoridad externa que regule
las
conductas agresivas de los niños y jóvenes al interior de su hogar o
establecimiento.
Se han
destacado tres características de la escuela que contribuyen a la violencia
escolar
(Díaz Aguado, 2005: 18): (i) la justificación o permisividad de la
violencia como forma de
resolución de conflictos entre iguales; (ii) el
tratamiento habitual que se da a la diversidad
actuando como si no existiera y
(iii) la falta de respuesta del profesorado ante la violencia
entre escolares,
que deja a las víctimas sin ayuda y suele ser interpretada por los
agresores como
un apoyo implícito. El papel del docente se reduce a la transmisión de
conocimientos con escasa intervención fuera de los límites del aula (Subijana,
2007).
La violencia
va más allá de ser una forma agresiva de solucionar un conflicto. En primer
lugar, para ejercer violencia no es necesario que exista un conflicto previo
entre las partes;
incluso, puede que antes no se conociesen, puede ser una
violencia con un objetivo lúdico,
con la que únicamente pretenden los actores
divertirse. En segundo lugar, suele ser
unidireccional y conllevar una relación
desequilibrada entre las partes, en la que las fuerzas
son desiguales entre el
actor y la víctima, a favor del actor; frecuentemente es un grupo
contra una
víctima aislada o un agresor más fuerte respaldado por un grupo que le aplaude
la acción. Conlleva, además, una intencionalidad de hacer daño gratuito a la
víctima en
ausencia de una regulación normativa de la interacción,(Cuaderno
Médico Forense, n°48
49,2007).
Estas
conductas violentas repercuten el desarrollo psicosocial del niño o joven
agredido
debido a que se ve enfrentado a un proceso de inferioridad producido
por el agresor. Sin
embrago en este periodo del ciclo vital individual (6 años
hasta la pubertad), el niño debería
adquirir habilidades para enfrentarse a la
cultura y afrontar los sentimientos de
incompetencia que desarrolla a lo largo
de su crecimiento, las cuales se ven dificultadas por
el constante sentimiento
de desprecio, el odio, la
ridiculización, la burla, el menosprecio, la
crueldad, la manifestación gestual
del desprecio, la imitación burlesca. Junto a lo anterior
también se ve
interrumpida la etapa de habilidad de Identidad v/s confusión de identidad,
que se da en el
último periodo de la pubertad junto con la adultez temprana, donde se ve
desarrollado el sentido del self, y la experimentación de una confusión de
errores, es aquí
donde el agresor genera en la víctima un sentimiento de
incertidumbre en cuanto a quién
es y cómo se define ante el mudo, la forma de
enfrentar sus problemas en la vida cotidiana
junto a sus pares.
La
construcción del yo en el ser humano se produce a partir de la interacción con
los otros,
por tanto, quienes van a marcar los cimientos de esa construcción es
la familia,
preferentemente los padres. Como un elemento más en esta
construcción está la
interpretación del mundo que éstos tengan, su escala de
valores, las actitudes hacia los
demás y sus formas de relación, las cuales
delimitarán la construcción propia de sus
valores y de su relación con otro.
(Cuadernos de Medicina Forense, n° 48-49,2007),
El acoso
escolar al igual que otras formas de maltrato psicológico produce secuelas
mentales, debido a que las víctimas de violencia son más vulnerables a padecer
enfermedades como trastornos por estrés post traumático, depresión o trastornos
de ánimo
en periodo más avanzado de su desarrollo psicosocial.
Si bien el
agresor en algunos casos no presenta algún tipo de enfermedad mental o
trastornos de personalidad al momento de proporcionar agresiones o ejercer
violencia, ya
sea, física o psicológica en una persona que se relacione con su
entorno, existe una
ausencia clara del sentido de la empatía o alguna
distorsión cognitiva. Apuntamos a la
carencia de empatía debido a la
incompetencia del agresor de poder ponerse en el lugar
del acosado y ser
insensible al dolor de otro, a su vez el agresor tiende a delegar
responsabilidades debido a la interpretación de la realidad que suele eludir
sus acciones
con la gente que los rodea, en la mayoría de los casos ellos
tienden a responsabilizar a su
víctima, acusando a esta de haber provocado su actuar.
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