“Aprender a Vivir Juntos” es la base de la política
nacional de convivencia escolar y uno de los pilares de la educación del siglo
XXI planteado en el ya célebre informe de Jacques Delors para UNESCO (“La
Educación encierra un Tesoro”, 1997). En este sentido, el marco teórico de
“habilidades para la vida” desarrollado tanto por la Organización Mundial y
Panamericana de la Salud (OMS, OPS) y por la Organización para la Cooperación y
Desarrollo Económico (OCDE), es de utilidad para entender el desafío de la educación
por formar en niños, niñas y jóvenes, “destrezas” que les permitan proyectarse
y desenvolverse adecuadamente en la vida adulta y en comunidad.
Básicamente, las habilidades para la vida constituyen
un conjunto de “competencias” esenciales para la interacción en sociedades cada
vez más complejas y diferenciadas. Constituyen habilidades que facilitan el uso
interactivo del lenguaje, el conocimiento y la tecnología, la cooperación y
trabajo en equipo, el manejo y la resolución de conflictos. Finalmente,
habilidades que permiten conducir proyectos de vida y defender intereses,
límites y derechos.
Las habilidades para la vida se pueden organizar y
entender en tres grandes áreas:
à Habilidades
Sociales; referidas a destrezas para lograr efectividad y asertividad en la
comunicación (reconociendo la existencia de distintos puntos de vista y generando
la empatía para facilitar la cooperación).
à Habilidades
Cognitivas; referidas a destrezas para tomar decisiones y solucionar problemas,
desarrollando el pensamiento crítico y reflexivo en niños, niñas y jóvenes (que
aprendan a “cómo pensar”).
Habilidades Emocionales; referidas a destrezas
para el control de la rabia, ansiedad y las situaciones de conflictos (para
evitar la violencia como medio de solución).
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