Como se ha dicho, la gestión de
la convivencia escolar es una responsabilidad compartida por el conjunto de la
comunidad educativa. Esta responsabilidad, además, se distribuye
diferenciadamente según estamentos y exige mayor compromiso por parte de los
adultos a cargo de la formación de niños, niñas y jóvenes.
Coherente con lo anterior, y de
acuerdo a las recomendaciones del Ministerio de Educación en su política
nacional de convivencia escolar, es una responsabilidad transversal a los
adultos el “contribuir con sus reflexiones, dichos y acciones” a la práctica de
una convivencia democrática entre los miembros de la comunidad educativa. Vale
decir, la responsabilidad de constituirse en modelos de conducta a seguir por las
y los estudiantes.
Ahora, en
términos más específicos, las responsabilidades diferenciadas por estamento, se
pueden organizar y diferenciar según las 3 dimensiones de convivencia desarrolladas
por el modelo de calidad de la gestión escolar (y que orientan la elaboración
del plan de mejoramiento educativo). Estas son:
à Una dimensión formativa y
referida al desarrollo afectivo, social, ético y espiritual de niños, niñas y
adolescentes.
à Una dimensión participativa y
referida al desarrollo del sentido de pertenencia y compromiso con la comunidad
educativa. Y,
à Una dimensión normativa y
referida al desarrollo de un ambiente de
respeto, valoración, organizado y seguro.
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