PERTINENCIA, CONVIVENCIA, INCLUSIÓN: TRES VECTORES PARA EL
ANÁLISIS
Para abordar el problema de cómo las
instituciones educativas y el sistema en su conjunto enfrentan la diversidad
cultural, se privilegiaron tres miradas o vectores de análisis que equivalen a
tres maneras de ver, apreciar y analizar la realidad de la diversidad cultural
que se vive en la escuela a diario. Estos vectores son la pertinencia, la
convivencia y la inclusión.
El vector de
la pertinencia se pregunta por la relevancia cultural y significación de los
aprendizajes que tienen lugar en la escuela, es decir, si se trabajan los temas
de la identidad, si se les reconoce a los alumnos las experiencias, saberes
previos y visiones de mundo con que ingresan a la escuela.
Una
educación pertinente considera la procedencia social y cultural de cada
persona, así como sus características individuales: “Se trata de que tanto la
persona como la sociedad asuman las características singulares de cada ser
humano y se valoren positivamente dichas diferencias, ya que éstas nos
enriquecen. La valoración negativa de las diferencias y los estereotipos
conducen a la exclusión y la discriminación […] En este sentido, se podría
decir que la educación tiene una deuda pendiente con el respeto de las
múltiples identidades y opciones personales, dada la uniformidad de la
respuesta educativa que caracteriza a los sistemas educacionales” (Blanco,
2005: s/n).
Los
contenidos que se enseñen tienen que ser reconocidos como valiosos por los
estudiantes, así como por sus familias y comunidad de origen. Esto implica una
pedagogía adecuada a los niveles de competencia de cada alumno y que tome como
punto de partida sus concepciones de mundo. “Si los alumnos no perciben la pertinencia
del contenido en relación consigo mismos y con su contexto, se desmotivarán y
el aprendizaje se resentirá en la práctica” (Halfdan, 2004) Como bien lo
explica Rosa Blanco (2005) “La pertinencia nos muestra que lo que aporta el
alumno al aprendizaje es decisivo. Aprender de forma comprensiva no es
reproducir sin cambios la realidad externa, o la información que nos llega por
diferentes medios, sino atribuir sentido y construir significados en relación
con los contenidos escolares”.
Hacer
efectivo el derecho a la propia identidad implica respetar a cada uno como es y
promover la valoración de las propias raíces, así también, promover el juicio
crítico y autónomo frente a la propia cultura y hacia modelos culturales
hegemónicos, y por ende, desarrollar la capacidad de autogobierno y la
construcción de un proyecto de vida.
Con relación
al fortalecimiento de la propia identidad el Informe Delors (1996) destaca la
importancia de “permitir que cada
individuo se sitúe dentro de la comunidad a la que pertenece en primer lugar,
las más de las veces en el plano local, al mismo tiempo que se le proporcionen
los medios para abrirse a otras comunidades”. La finalidad de una educación adaptada a los diferentes grupos
minoritarios debe contribuir a lograr que las distintas minorías puedan asumir
su propio destino (Informe Comisión Delors, Op. cit.: 56), no obstante, el
fortalecimiento de la propia identidad, el reencuentro con los fundamentos de
la propia cultura, el reforzamiento de la solidaridad de grupo no deben
convertirse en barreras para el diálogo y el encuentro con el otro. “El
conocimiento de las demás culturas conduce a una doble toma de conciencia: la
de la singularidad de la propia cultura pero también la de la existencia de un
patrimonio común de toda la humanidad”. Un riesgo que se corre en este sentido,
es que los procesos de aprendizaje queden “anclados” en los saberes de las
culturas tradicionales por la falta de un sentido crítico de la cultura. Ello
puede inducir a ciertos fundamentalismos culturales, que impiden el desarrollo
propio y el de la comunidad.
Frente a
este peligro, es útil la reflexión de Gastón Sepúlveda: “los sistemas
educativos, si quieren ser verdaderamente equitativos, requieren aprendizajes
expansivos que les asegure a las personas poder desempeñarse en la sociedad de
un modo diferente a como lo habrían hecho sólo con la cultura de que disponen”
(Sepúlveda, 2001). El desafío de la escuela intercultural es, entonces, triple:
cómo valorizar y reforzar las identidades locales, abriéndose el mismo tiempo
al diálogo intercultural con el mundo plural y generar unos contenidos básicos
“imprescindibles” (Coll, 2006) que permiten a la persona moverse con libertad y
seguridad en el mundo. Dicho en otros términos: “conviene afirmar a la vez el
derecho a la diferencia y la apertura a lo universal” (Informe Comisión Delors,
Op. cit.: 56).
El segundo
vector se relaciona con el estudio de las formas de convivencia, esto es, con
la formación de actitudes, valores y comportamientos, ya sea de aceptación o
rechazo, de entendimiento o confrontación, de colaboración o exclusión, de
respeto a la legitimidad del otro o intolerancia. Lo que realmente enriquece el
desarrollo de las sociedades y de las personas es la relación y el diálogo con
las diferencias. Desde la educación se ha de promover, entonces, de forma
intencional, la aceptación y la valoración de las diferencias de cualquier tipo
para “aprender a vivir juntos”, lo que implica la comprensión del otro como un
“legítimo otro” y el desarrollo de nuevas formas de convivencia basadas en el
pluralismo, el entendimiento mutuo y las relaciones democráticas. Esto
significa que la educación intercultural ha asumido también el compromiso de
respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales, no sólo de las
minorías y de los pueblos autóctonos, sino de toda la población (Declaración
Universal Diversidad Cultural, 2001)
Tratándose de los pueblos originarios,
minorías culturales, migrantes, afrodescendientes u otros, es necesario
preguntarse cómo se ejercen estos derechos en la convivencia cotidiana de la
escuela ¿Se combate en ella el prejuicio racial o étnico? ¿Se estimula el
conocimiento y valoración de sus formas de ver y habitar el mundo, y se les
considera aprendizajes relevantes?
Educar con
un enfoque intercultural implica enseñar no sólo sobre otras culturas, sino
también que existen distintos puntos de vista, estilos comunicativos e
interpretaciones de la realidad; enseñar a resolver conflictos que surgen de
las diferentes posiciones; enseñar a reconocer los derechos propios tanto como
los de otros, cualquiera sea su origen, aspecto o condición social; y enseñar
cómo se han dado históricamente y hasta hoy las relaciones entre culturas en
nuestro continente, estimulando una posición crítica y constructiva al
respecto.
Las
políticas de educación intercultural con foco en la convivencia, apuntan
también a las formas de comunicación-relación entre estudiantes, y entre todos los estamentos de
la institución educativa, propiciando mecanismos y normas de participación
efectivas, colaborativas y solidarias. Al respecto, el Informe Delors señala:
“la enseñanza de los valores en general y la tolerancia en particular no pueden
ser objeto de una enseñanza en el sentido estricto de la palabra: querer imponer
valores previamente definidos, poco interiorizados, equivale en definitiva a
negarlos, pues sólo tienen sentido si el individuo los acoge libremente. Por
consiguiente, la escuela puede, a lo sumo, propiciar una práctica cotidiana de
la tolerancia ayudando a los alumnos a tener en cuenta el punto de vista de los
otros y favoreciendo, por ejemplo, el debate sobre dilemas morales o sobre
casos que exijan decisiones de carácter ético” (Informe Comisión Delors, Op.
cit.: 58).
El tercer
vector se refiere a la inclusión. En otras palabras, si la escuela propicia una
educación incluyente y atiende a sus alumnos y alumnas reduciendo al máximo la
desigualdad de oportunidades con que ingresan y permanecen en ella, cualquiera
sea su condición cultural o social. La educación intercultural, además de
responder a la diversidad en términos de la pertinencia de los aprendizajes y
de la formación humana pluralista, organiza la enseñanza y los apoyos de manera
de “orquestar” el aprendizaje de todos y superar las barreras existentes para
el aprendizaje y la participación.
“La
inclusión significa que los centros educativos se comprometen a hacer un
análisis crítico sobre lo que se puede hacer para mejorar el aprendizaje y la
participación de todo el alumnado en la escuela y en su localidad” (Booth y
Ainscow, 2004:53). La exclusión del sistema educativo se juega por criterios
sociales y étnicos, porque los más pobres suelen pertenecer a las poblaciones
indígenas, afrodescendientes, migrantes, desplazados y otras minorías. Son ellos
quienes viven la mayor pobreza, la que llega a condiciones extremas cuando a
esta situación se suma el que sean mujeres y/o personas con necesidades
educativas especiales.
Con
frecuencia se argumenta que la educación ha de ayudar a reducir la pobreza y
las desigualdades, promover la movilidad social, y mejorar las condiciones de
vida de las personas y de las sociedades. Asimismo, en el ámbito educativo se
utiliza “un concepto más normativo que descriptivo (o explicativo) de
interculturalidad. Así la interculturalidad hace referencia a un ideal, a un
deber ser o a un proyecto utópico que busca mejorar las relaciones asimétricas
entre las culturas para generar intercambios más dialógicos” (Zavala y otros,
2005). Sin embargo, para crear relaciones
de equidad entre culturas es necesaria “una
discusión y un análisis profundo y amplio que parta de las realidades actuales
de la sociedad” (Walsh 2001 en Zavala y otros, Op. cit.), y desarrollar políticas económicas y sociales
que aborden las causas que generan desigualdad fuera del contexto educativo.
No obstante,
la educación intercultural también se ocupa de atender las asimetrías
propiamente escolares que experimentan las minorías étnicas, migrantes,
desplazados o afrodescendientes, tanto en su ingreso al sistema educativo como
durante su permanencia en él. Es así como se llevan a cabo políticas de
discriminación positiva hacia las minorías culturales, para compensar las
desigualdades sociales con que éstos grupos ingresan al sistema. Visto desde el
enfoque intercultural estas políticas conviene que sean, además, adecuadas a
las culturas. Así, las situaciones de analfabetismo, ausentismo, reprobación,
deserción y los bajos niveles de aprendizaje, originadas en la marginación y
exclusión social de esta población, facilitan la inclusión con arraigo.
Bibliografía
UNESCO
(2008) Educación y Diversidad cultural. Editorial Pehuén. Santiago. Chile
porque hay
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