Las
escuelas con carácter inclusivo asumen el principio de la diversidad y por
tanto, organizan los procesos de enseñanza y aprendizaje teniendo en cuenta la
heterogeneidad del grupo. Según Fernández (2003) éstas deben reunir una serie
de condiciones hacia las cuales es necesario avanzar progresivamente
considerando este principio como un elemento que enriquece el desarrollo
personal y social, como un proyecto educativo de toda la escuela que pretende
implementar un currículo susceptible de ser adaptado a las diferentes
capacidades, motivaciones, ritmos y estilos de aprendizaje de los alumnos.
Así mismo, bajo este principio, se deben
utilizar metodologías y estrategias de respuestas a la diversidad en el aula,
aplicando criterios y procedimientos flexibles de evaluación y promoción con
una disponibilidad de servicios continuos de apoyo y asesoramiento orientados a
la globalidad de la escuela.
Para crear escuelas inclusivas se requiere de
una respuesta educativa pertinente al alumnado en cuanto a sus necesidades, a
las propuestas didácticas acorde a las características heterogéneas de sus
alumnos, considerando la interacción entre comunidad educativa, el grado de
coordinación y la utilización de los recursos y las prácticas educativas.
Como la mejor vía para prevenir con eficacia
la xenofobia, los problemas de desintegración social y para alcanzar una alta
cohesión grupal en el aula y dar respuestas a la diversidad, se cuenta con el
aprendizaje colaborativo, constituyéndose en un modelo educativo de la cultura
inclusiva. Se promueve con este modelo una educación de calidad que permite
desarrollar las potencialidades tanto individuales como sociales. Propicia que
el alumnado aprenda de una forma más sólida y estimulante, mejorando las
relaciones interpersonales.
Con este tipo de aprendizaje bien organizado,
los alumnos se benefician del aprendizaje conjunto, siendo efectivo tanto en
las áreas cognitiva y social como en la evolución del aprendizaje de los
alumnos. No parece haber indicios de que los estudiantes más capaces se
perjudiquen de esta situación por la falta de nuevos estímulos y oportunidades.
Las personas participantes de este enfoque aprenden más y mejor cuando se
emplean técnicas de aprendizaje colaborativo, ya que éstas incitan a la
participación activa de su propio proceso de aprendizaje (Barkley, Cross y
Howell, 2007). Este enfoque tiene un efecto muy positivo en la autoconfianza de
los alumnos y a la vez estimula las interacciones sociales en el grupo de iguales,
beneficiando tanto a los maestros como a los discentes. Fomenta en los
estudiantes valores de solidaridad, respeto, tolerancia, y responsabilidad,
fortaleciéndose de esta manera una cultura verdaderamente inclusiva.
Ahora bien, con una población estudiantil
heterogénea, propia de las escuelas inclusivas, se requiere de modelos que
contemplen, respeten y potencien, desde la diversidad, los procesos de
enseñanza-aprendizaje. Uno de ellos es el aprendizaje por proyectos en el cual,
como su nombre lo indica, se trabaja por proyectos en vez de asignaturas
específicas. Utiliza un enfoque interdisciplinario que estimula el trabajo
cooperativo llevando el conocimiento de los estudiantes más allá del aula,
hacia un mundo real y en su propio contexto, centrados en el estudiante
mediante la participación directa de éste, atendiendo a las necesidades del
alumnado, del profesorado, las familias y la comunidad.
En el proyecto educativo de una escuela con
carácter inclusivo, se plantean planes, objetivos concretos que la escuela
asume como propios. Así tenemos por ejemplo, el proyecto construyendo un
concepto de educación inclusiva: una experiencia compartida 21 de convivencia y
solución cooperativa de conflictos que tiene como objetivos prevenir la
violencia, aprender estrategias para la resolución de conflictos, adquirir
habilidades de comunicación y relaciones interpersonales, así como mejorar el
clima del aula. Se pretende resolver una situación de solución problemática de
forma cooperativa.
Los
apoyos constituyen otro de los fundamentos básicos de la Educación Inclusiva,
tanto para el alumnado como para el profesorado, debiéndose fomentar para
salvar las barreras que impiden el aprendizaje. Para el caso del alumnado en
las escuelas tradicionales y siguiendo los principios de la integración
educativa, el apoyo se brinda a los estudiantes fuera del aula, debido a la
falta de un trabajo colaborativo y simultáneo y a la falta de coordinación
interprofesional.
Desde
la Educación Inclusiva, el apoyo se brinda dentro del aula pero la decisión
sobre el tipo y magnitud del apoyo que se ofrezca a un alumno debe ser
meticulosamente estudiado para evitar los inconvenientes de un apoyo excesivo.
Este apoyo debe ser proporcionado por los profesionales mediante una
planificación de actividades pensadas para todo el alumnado, siendo conscientes
de sus diferentes puntos de partida, experiencias, intereses y estilos de
aprendizaje, o cuando los niños se ayudan entre sí (Booth y Ainscow, 2000). No
obstante, cuando se brindan apoyos especiales con profesionales expertos, se
recomienda que dichos apoyos sean precisos, aprovechándolos no sólo en el
alumno que lo requiere, sino en pro del resto de los alumnos. Esto implica una
nueva reestructuración del proceso de aprendizaje en el aula.
Cabe mencionar que la decisión de brindar un
determinado apoyo, no es una decisión del profesional de apoyo únicamente, sino
de todos los miembros del equipo educativo que participan en la educación de la
persona por apoyar. Por otra parte, si queremos que la Educación Inclusiva se
ofrezca en nuestras escuelas habrá que preparar docentes para educar en la
diversidad y atender de forma integral a las diferencias, ofreciendo a la vez
espacios en las escuelas donde el personal educativo comparta sus experiencias
y trabajen de manera conjunta en la construcción de escuelas y sociedades más
inclusivas.
Según García (2003), el enfoque inclusivo
pretende promover un profesional para la inclusión educativa o social, con
claridad conceptual y práctica en cuanto a las actitudes, fundamentadas en los
principios de la diversidad e inclusión; en el conocimiento del desarrollo de
las personas con necesidades educativas específicas asociadas a la
discapacidad, al medio ambiente o con capacidades y aptitudes particulares.
Señala también, que se requiere de un profesional con el conocimiento de la
realidad en diferentes ámbitos (familia, escuela, sector laboral y
comunitario), con habilidades para aplicar diversas estrategias de intervención
socioeducativa o psicopedagógica; con habilidades para diseñar, adaptar y
evaluar los programas o estrategias a implementar y un desarrollo de la función
educativa utilizando técnicas tanto individuales como colectivas, ya sean de
asesoría, interdisciplinaria, tutoría, y de tipo colaborativo.
Implica entonces una profunda variación en los
currículos y en la formación inicial del docente. Exige adaptaciones en el
contexto y en la escuela, en las prácticas didácticas y en los materiales
educativos de apoyo que no se adecuan a las necesidades de los alumnos. La
escuela se adecuará a las necesidades de los alumnos y no los alumnos a las
condiciones de la escuela. Según Arnáiz (2005) “La inclusión implica preparar y
apoyar a los profesores para que enseñen de forma interactiva. Los cambios en
el currículo están estrechamente ligados a los cambios en su pedagogía” (p.
65). La escuela debe asumir el principio de la diversidad y organizar los
procesos de enseñanza-aprendizaje teniendo en cuenta la heterogeneidad del
grupo reuniendo una serie de condiciones hacia las cuales es necesario avanzar
progresivamente.
El logro de la instauración de la Educación
Inclusiva como un nuevo paradigma educativo está enmarcado además, por las
características del componente humano, en especial de la dirección del centro
educativo pero también por las particularidades de las personas profesionales
de la educación.
El liderazgo que ejerza la dirección de una
institución educativa, la posibilidad de que su visión integradora dirigida al
logro de una Educación Inclusiva pueda embeber a los docentes, convencerlos de
que se lleva la institución por un camino educativo mejor, de mayores logros
cognitivos dentro de los diversos contextos y culturas y aprovechando la
diversidad para llegar a ellos, es una de las características que se espera de
la cabeza de una institución educativa inclusiva.
Las características y el tipo de liderazgo
pueden variar, pero siempre debe buscar el crecimiento institucional, orientado
a mejorar las relaciones que se establecen entre los actores de una determinada
micro-cultura educativa, reconociendo sus particularidades para ofrecer al
educador, el apoyo que requiere para llevar a cabo su práctica pedagógica,
motivándolo para que alcance las metas esperadas, involucrándolo y logrando su
participación activa en el nuevo modelo educativo.
La calidad educativa será el reflejo de la
calidad del liderazgo, relacionada con la escuela efectiva, con los recursos
necesarios para el desarrollo de los aprendizajes, trabajando con los
materiales y formas textuales modernas e innovadoras que estimulen el
aprendizaje significativo de todo el alumnado, promoviendo la crítica y la toma
de decisiones constructivas en los discentes, facultando al educador para que
lleve al máximo la expresión educativa que se espera de su quehacer
profesional, contribuyendo con la institución en el alcance de sus metas a
través del ejercicio de su propio liderazgo plasmado en el desarrollo eficaz y
eficiente de sus propias tareas educativas, proyectos, estructuras y procesos
que le son propios.
El
respeto por parte de los actores educativos por la línea que señala la
dirección debe estar presente incondicionalmente, pues se busca con ello
promover cambios que apuntan a la calidad educativa, con resultados más claros,
rápidos y efectivos, mediante una educación que atiende la diversidad, que
estimula a los profesionales de la educación, que respeta su pensamiento, que
da pie a la innovación, haciendo uso de “lo mejor” de la voluntad humana para
reflejar en las personas una mejor calidad de vida.
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